«Me permití un largo suspiró y me senté en el descansillo de la escalera, acurrucándome contra una de las esquinas del rellano. “Mi nuevo hogar”, esa frase era tan cierta que solo de pensarlo ya me entraban ganas de echarme a llorar. ¿Qué estaba haciendo yo en París? Siempre había odiado Francia. Los franceses me parecían las personas más pedantes
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